En realidad, esto aplica a absolutamente todo en esta vida. Yo creo que todos nos hemos topado alguna vez con este tipo de enemigos.
Como ya conté alguna vez, empecé a patinar cuando tenía 24 años. Cuando era niña, convencí a mis papás de que me inscribieran a un curso de verano de patinaje sobre hielo, en la pista de Galerías Reforma (la que estuvo por muchos años sobre la carretera México-Toluca). No recuerdo que edad tenía, recuerdo que era todavía una niña, definitivamente no la más pequeña del grupo. En algún punto, comenzaron a enseñarnos los cruzados (cuando cruzas los pies mientras das la vuelta alrededor de la pista), el ejercicio consistía en ir cruzando los pies sin movernos hacia adelante. Me tropecé o algo así y me caí, y recuerdo que hubo risas y algún comentario sarcástico del profesor. Mientras yo apenas podía patinar hacia adelante, algunas niñas ya hacían molinetes en dos pies, y la verdad es que me sentí bastante desanimada.
Pasaron los años.... muchos años, debo decir, y fui a pedir informes para mis clases de patinaje. de no ser por Elvira, mi primera coach, probablemente este blog no existiría, no sabría que mientras yo escribo en este momento se está llevando a cabo la Copa Buenavista (o exámenes, o algo así), y tal vez estaría haciendo algo más productivo pero mucho menos placentero que escribir un blog acerca de mi más grande pasión. Pero bueno, volviendo al tema, Elvira me aceptó como su alumna. Tiempo después de confesó que, al verme, pensó que no iba a pasar del salto de tres, e iba a huir del deporte al darme cuenta de que no es algo fácil. Afortunadamente, Elvira creyó en mí (aunque sea un poco), me aceptó y me dio la oportunidad que muchas veces pensé que no tendría nunca. Gracias a ella, vencí a uno de tantos enemigos que hay: toda la gente que te ve y piensa que estás demasiado grande para aprender a patinar en hielo.
Ya una vez dentro de este mundo del patinaje, me he encontrado con muchos otros enemigos. Mi familia, que opina que estoy muy grande, que es muy peligroso y me voy a partir la pierna en 20 pedazos o algo así, que no me tome la molestia de ir a una competencia porque no es como que vaya a perder el oro olímpico. Nunca tendré un oro olímpico, pero aunque una que otra vez sueñe que, por arte de magia, logro hacer un triple axel, las medallas no son mi incentivo para pararme en el hielo. Sólo cuando encuentras tu gran pasión te das cuenta de que las medallas o reconocimientos no son el incentivo que te mantiene haciendo lo que te apasiona. Lo haces por el puro gusto... por supuesto que las medallas iluminan tu día, pero éstas terminan arrumbadas en alguna esquina de la habitación (o se convierten en un juguete más de María José). Me recuerda una frase que me dijo mi esposo alguna vez, citando a uno de sus filósofos consentidos G.K.Chesterton: "If a thing is worth doing, it is worth doing badly" ("Si algo vale la pena hacerlo, vale la pena hacerlo mal"). Aunque de primera impresión parecería algo raro, Chesterton habla de que las cosas que valen la pena hacer, valen la pena que las hagas, aunque sea mal. reflejándolo en el patinaje: Vale la pena patinar, aunque nunca llegues más allá del salto de tres.
Luego de filosofar un rato, volvamos al tema. Llegó el día del primer Nacional en el que competiría. Me tocó competir justo el día que le harían la fiesta de cumpleaños #90 a mi abuela... y debo decir que, para cuando me inscribí al Nacional, la fecha en que celebraríamos a mi abuela iba a ser el fin de semana anterior al Nacional... podrán imaginarse lo molesta que me sentía cuando me dijeron del cambio de fecha para la fiesta, cosa que empeoró al enterarme que competía justo el día de la fiesta. Bueno, el caso es que me fue muy mal, me caí dos veces, de la forma más tonta que puede haber, quedé en 2o, de dos, Paco dejó de dirigirme la palabra como por una semana, y estuve a punto de tirar mis patines a la basura. Mi peor enemiga era yo misma, que estaba segura que patinar no era lo mío, que nunca lograría nada (como en el resto de mi vida) y que lo mejor era desistir. Ese es tal vez el peor enemigo que puede haber: esa pequeña voz interna que trata de convencerte de que no puedes. Por eso es importante rodearte de las personas indicadas: José Antonio no me dejó rendirme y me recordó lo mucho que amo patinar en hielo, Paco me ayudó a callar esa pequeña voz de "no puedo", y algún tiempo después logramos algo que nunca pensé que pasaría: 1er lugar en Hielojuegos (competencia a nivel nacional, tal vez la 2a. más importante, después del Nacional). A la fecha, ese es uno de los días más felices de mi vida, y por eso les estaré eternamente agradecida a José Antonio por estar siempre ahí y creer en mí, y a Paquito por no darse por vencido con mi terrible patinaje.
El peor enemigo es el que te dice que no puedes, esté fuera o dentro de tí (este último es el peor), por eso debes rodearte de voces más fuertes que te digan que sí puedes, o que al menos lo intentes. Hay que arriesgarse a perseguir los sueños, porque así corres el riesgo de alcanzarlos.
¡Por supuesto que se puede!
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