Hacía mucho que no andaba por estos lares. Lo sé, han sido meses muy intensos, y aunque hubo momentos de mucho estrés, tristeza, y miedo, toda esa página se está cerrando ya.
A principios de este año, nos dieron la noticia de que mi esposo necesitaba una intervención quirúrgica. Eso puede poner nervioso a cualquiera, y no debería haber mayor problema, la diferencia en este caso era que debía ser una cirugía a corazón abierto. Lo que es corazón y cerebro imponen, y luego de escuchar la descripción del procedimiento, para mí fueron meses de angustia, cada vez que pensaba el tema por lo menos se me llenaban de lágrimas los ojos. Finalmente llegó el día. Todo salió bien, y la recuperación parecía que iba excelente, hasta que se dieron cuenta de que mi esposo tenía un derrame pericárdico y tuvieron que intervenirlo nuevamente de emergencia. En total pasé unos 10 días yendo a verlo a terapia intermedia, que básicamente es terapia intensiva pero con una enfermera que tiene chance de respirar sin necesidad de estar junto al paciente. Pasamos unas 3 semanas y media en el Instituto Nacional de Cardiología. Conocí algunas personas y sus historias en la sala de espera de terapia intensiva. Vi gente entrar y salir de ahí, muchas enfermeras se presentaron conmigo, del turno de la mañana, de la tarde, de la noche. Pasé ahí mi aniversario, recibiendo las felicitaciones de los guardias de la entrada, compartiendo pizza con las enfermeras... y aún así, me doy cuenta de que somos muy afortunados. Aunque nos tocó una complicación post-quirúrgica, hay gente que no sobrevive a la cirugía... aún más, hay gente que ni siquiera alcanza a llegar al hospital. Mis hijos están sanos, fuera del reflujo prácticamente controlado de Daniel, hay mamás que pierden a sus bebés ahí. Estábamos en un cuarto privado, con terracita y toda la cosa, hay gente que tiene que dormir en las sillas de la sala de espera "como perritos" (tal como lo describió un seños que conocí en la sala de espera). Iba y venía en coche entre ver a mi esposo y ver a mis niños, había familias cuyos otros niños estaban en otros estados del país (como Morelia), y los papás aquí, durmiendo en un albergue. En algún momento, José Antonio me dijo que eramos muy afortunados, le dije que no eramos tan afortunados como los que estaban afuera del hospital, pero luego me asomé por la ventana y vi en el estacionamiento de ambulancias una carroza fúnebre, no puedes evitar pensar cosas.
Finalmente salimos del hospital. Siempre estaremos muy agradecidos con el médico tratante, los cirujanos, sus asistentes, las enfermeras, el personal de limpieza, la gente en la cafetería, los guardias de seguridad, el señor del estacionamiento... mucha gente que te aliviana todos esos momentos que a veces se perciben de lo más oscuros.
Y también estaré muy agradecida con la gente que estuvo ahí, antes (con la donación de sangre) y durante todo esto, aunque algunos tan sólo fuera por whatsapp, echándonos porras, escuchando (o leyendo) cómo despotricaba contra todo, o simplemente preguntando cómo íbamos y ofreciendo su ayuda. Con esta experiencia realmente conocí a mucha gente que me rodea, para bien o para mal, y conocí gente que nunca hubiera imaginado que estaría ahí.
Nunca sabes qué tan afortunado eres hasta que ves tus bendiciones tambalearse, pero al conocer gente como tú, en la misma situación, te das cuenta de la calidad de la gente, y no es competencia, todos deseamos la mejoría y recuperación de todos los pacientes por igual, tal vez porque entendemos a la perfección la situación, no hay envidias, tan sólo auténticas alegrías.
Es muy fácil echarle la culpa al médico, al cirujano, a la enfermera, a quien sea, pero tuve la fortuna de estar en una junta con los médicos de José Antonio: el médico tratante, el cirujano, el intensivista y su residente, y aunque sí pasan los errores, vi un poco más de cerca lo que pasa por su mente, y quedé convencida de que debía confiar ciegamente en ellos, sin dudar, sin presionar. Tal como me lo dijo el cirujano: confianza y paciencia.
Ahora empieza el periodo de recuperación, todo será mejor... no fácil, pero definitivamente mejor.
Mil gracias a Alfonso Buendía, a Jorge Luis Cervantes, a Antonio Benita, y todas las demás personas que estuvieron ahí, que sigan dando vida a muchas personas más por mucho tiempo más.
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