Como a muchas otras niñas mexicanas, el ver a las patinadoras en la televisión (supongo que en las Olimpiadas de Invierno) me emocionaba e inspiraba a aprender todos esos saltos, giros, movimientos... yo también quería verme como una princesa sobre el hielo.
En aquel entonces, la única pista de hielo disponible en la Ciudad de México (y probablemente en el país) estaba en Lomas Verdes, se llamaba "Escatorama". Después de mucho insistirle a mi madre, finalmente conseguí que me llevara a patinar en hielo, por primera vez. Aun recuerdo ese día, mi madre prefirió mantenerse fuera del hielo, yo me lancé a la aventura de patinar. Me caí muy feo, de esas veces que se pierdes el aliento. Algunas personas me ayudaron a salir del hielo, y creo que ese día se terminaron todas mis ilusiones acerca del tema.
Crecí un poco, supongo que asistía a la primaria en aquel entonces. Nuevamente me dieron ganas de patinar en hielo. probablemente la segunda experiencia no fue tan traumática como la primera. me encantó, y convencí a mi madre de que me inscribiera en un curso de verano de patinaje, en la pista de Galerías Reforma. Aprendí a patinar hacia adelante, los principios básicos del patinaje hacia atrás, mariposas, molinetes en dos pies, cruzados hacia adelante... fui feliz. Pero llegó el fin del curso de verano, y con él terminó mi "carrera patinística".
Los siguientes años fueron básicamente sobre ruedas. Así aprendí (como autodidacta) los cruzados hacia atrás y los saltos de tres, perfeccioné los cruzados hacia adelante y las mariposas, y en general todo eso lo pude poner en hielo (excepto por los saltos de tres). En alguna navidad en el camino recibí de un Santa Claus muy amable mis primeros patines de hielo.
Y así llegamos a la etapa de la universidad... y al intercambio que me dio la oportunidad de acercarme un poco más al patinaje y, por tanto, enamorarme perdidamente de él.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario